Estaremos todos de acuerdo en que vivir con convicciones de izquierdas en la sociedad que nos ha tocado es nadar a contracorriente. El sistema nos obliga a jugar con sus reglas.
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Creo que cada uno puede "cambiar el mundo" en su entorno siendo coherente con lo que se dice y lo que se hace. Querer cambiarlo globalmente causa fatiga emocional y al final no haremos nada.
El exilio interior. El silencio verbal y mental. La amabilidad con nuestros vecinos. La gran renuncia. Algo de oración y algo de meditación. Y la espera del fin.
El dogma del capital empapa todo: información, cultura, mercado laboral... todo marcado por la competencia y el beneficio. Los medios, privados, moldean la opinión pública. La gente vive mayormente manipulada.
Me jode por demás que la cultura no sea neutral. Los distribuidores priorizan lo rentable, relegando otras expresiones. Incluso el acceso al conocimiento se ve condicionado. Lo de empresas como Spotify es especialmente sangrante.
La participación social se reduce a elegir entre las opciones del sistema, al final la que no es mala, es muy mala. Y vamos irremediablemente encaminados a que no haya más alternativa que las multinacionales. Consumir es un acto político, pero muy limitado.
Intentar escapar de esta lógica es casi imposible. Incluso el boicot puede beneficiar a otra marca del mismo entramado, sales de Guatemala para beneficiar inconscientemente a Guatapeor.
La manipulación de los mercados es evidente. Marketing y publicidad influyen en nuestras decisiones, creando necesidades artificiales. Para muestra el botón de las redes sociales. Cuesta saber desde un punto de vista objetivo cual es la menos mala. Ya nos conformamos con que no haya mucho nazi.
Y nos vamos metiendo en un círculo vicioso: consumimos para sobrevivir, quieres estar en el sistema para poder luchar contra él, pero al hacerlo lo fortalecemos. Hay que joderse.
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